Yuyo llegó siendo un cachorrito muy enfermo a ADMA. Después de ser rechazado en varios hogares, finalmente encontró una familia que lo llenó de amor y le cambió la vida.
Resumen dialogó con Gabriela, integrante de ADMA, quien contó que el perrito apareció el año pasado siendo apenas un cachorrito, en mal estado. Tras unos días, comenzó a decaer y cuando lo llevaron a realizar análisis, descubriendo que tenía la enfermedad de la garrapata. Estuvo internado, recibió tratamiento y logró salir adelante.
Con el tiempo, llegó su primera adopción. Sin embargo, la convivencia no funcionó y Yuyo volvió al cuidado de la organización. Poco después, una segunda familia se entusiasmó con su ternura, pero pasaba muchas horas solo y comenzó a escaparse para volver al refugio. Gabriela explicó que el perrito es muy dependiente del ser humano y prefiere la compañía de las personas más que la de otros animales.
Durante meses, Yuyo permaneció en un hogar de tránsito, ya que el centro de castración no puede albergar animales por períodos prolongados ya que el espacio es pequeño y el estrés los afecta.
Sin embargo, la suerte de Yuyo cambió hace unas semanas, cuando una mujer se acercó al centro y solicitó conocerlo. Desde el primer encuentro, Yuyo mostró una reacción especial, se relajó y se adaptó rápidamente al nuevo hogar. Gabriela señaló que, al ver la actitud del perro, supieron que finalmente había encontrado su lugar.
Hoy, Yuyo vive con un matrimonio amoroso y otra perrita que al principio se mostró celosa, pero que con el tiempo lo aceptó y ahora son amigos de juegos. Desde ADMA festejaron que la integración del perro a la familia ha sido exitosa y que se encuentra feliz, tranquilo y rodeado de cariño.
Yuyo, aquel perrito que fue abandonado y devuelto, hoy duerme tranquilo, juega, recibe mimos y siente el calor de una familia que lo ama.
“Adoptar perros grandes, aunque les queden pocos años de vida, significa darles amor, cuidados y caricias hasta el final. Verlos felices en una familia es lo que motiva nuestro trabajo”, señaló Gabriela.
Su historia con final feliz demuestra que cada adopción puede cambiar la vida de un animal y también la de las personas que lo rodean.
