El 14 de agosto de 1975, un grupo de jóvenes bomberos altagraciences volvía de trabajar con un frío «tremendo» en el Turismo Carretera que pasaba por detrás del Observatorio Astronómico de Bosque Alegre. Un llamado de un trabajador de la industria láctea que pasaba por el viejo camino de Los Lecheros alrededor de las cinco de la mañana alertó sobre un Ford Falcón verde tirando gente a un pozo. Hacia allí siguió su curso la dotación de Bomberos arribando al lugar cerca de las diez de la mañana. Iban acompañados por la jueza de Paz local Mirta Mussi, de apenas 25 años de edad, y el doctor forense Adolfo Digilio. Comandaba el grupo Pablo Larizatti y lo acompañaban el «Colorado» Osvaldo Lorenti, Alfredo Alfonso, Joaquín Andreu y dos adolescentes: Mario López, de 22 años y Alfredo Caponigro, con tan solo 16. La Policía encontró vainas de bala al costado del camino, junto al pozo.
«Teníamos la orden de sacar los cuerpos y esperar que lleguen desde Tribunales de Córdoba. Estuve muchos años sin poder quitarme esas imágenes de la cabeza», rememora Mussi, quien trabajó un año más en la Justicia y luego se retiró. «Al llegar vimos un pozo con el brocal intacto en la parte de arriba, pero ensanchado hacia abajo, como si hubiesen tirado un explosivo para derrumbarlo. Había cinco charcos de sangre que desembocaban en el pozo. Hicimos un tripode para bajar sin que se desmorone y empecé a bajar y sacar uno por uno. Primero saqué una chica rubiecita de unos 20 años. Segundo saqué un muchacho y ahí pedí que me manden otra persona para ayudarme antes de que se desmorone porque el brocal estaba suelto», relata López. Es entonces cuando baja Caponigro, mientras el coordinador del grupo se había desmayado por la impresión: «Yo era muy chico, no pensé nunca que íbamos a sacar una persona viva, con toda la masacre que hicieron pensé que solo iban a ser cadáveres», relata Caponigro, quien volvió con RESUMEN al lugar tras 40 años de evitarlo: “Lo que siempre me pregunté fue qué había pasado con la sobreviviente”.
“Respira”
A través de los cuerpos en pijama, López vio «globitos en la nariz» de una de las víctimas y se dio cuenta de que estaba viva. Con la boca tapada con cinta y las manos atadas, había sobrevivido al disparo que toda su familia recibió en la sien al borde del pozo, al peso de tener dos cuerpos y la tierra que le habían echado encima (una semana después intentarían matarla en el hospital).
Los dos últimos cuerpos fueron del padre y la madre de la familia, y debajo de ellos un paquete que todos creyeron era una bomba: “Los policías le empezaron a disparar para que explote, hasta que vieron que eran los documentos de todo el grupo familiar”, recordó López.
