Dice que se acuerda todo como si fuera ayer: qué sintió, qué comió, a quién miró, con quién estaba. Y no es para menos, María Pía Ojeda con 24 años, había conseguido tres medallas olímpicas, una de ellas de oro. Todo esto sucedió en 1995, en los IX Juegos Olímpicos Internacionales de Verano para Deportistas Discapacitados, en New Heaven, Connecticut, Estados Unidos. Las disciplinas que la convirtieron en la ganadora de gimnasia deportiva fueron suelo, salto y barra. “Yo estaba emocionada… bueno, emocionada es poquito” recuerda María Pía.
A su regreso a Alta Gracia, su ciudad natal, fue recibida con toda la parafernalia que es habitual cuando un vecino destaca y hace sentir orgulloso a su pueblo: en un camión de bomberos, con flores y guirnaldas. Es fácil de imaginar la emoción de esta joven deportista.
“Estaba inspirada, fue mi momento de hacer gimnasia. ¡No sabés la cantidad de gente que me aplaudía! La vi a mi mamá con un cartel con mi nombre llorando, estaba feliz” recuerda contenta.
Hoy, 24 años después de todo aquel brillo, María Pía continúa con su rutina de deportista: todos los días entrena en su casa y come saludablemente. Sus sueños han cambiado significativamente, ahora aspira a poder enseñar gimnasia y ver una foto suya en el Polideportivo Municipal, “me gustaría que me llamen, no me ofrecieron nada”, reflexiona.
En su momento, allá por 1995, la deportista no tuvo ningún apoyo, ni de empresas ni oficial. Su viaje a Estados Unidos fue a pulmón: el traslado lo pagó las Olimpíadas Especiales; pero el resto de los gastos lo hicieron su mamá y el grupo “Crecer”, de donde pertenecían. Hoy no ha cambiado mucho su historia: su imagen como deportista olímpica tampoco tiene reconocimiento oficial. Lo que pide María Pía no es mucho: no pide que le regalen nada, ella pide trabajar enseñando gimnasia, algo que ama hacer.
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