En la fortaleza e Oreste Berta, siempre se reciben distintas “Maquina” provenientes de distintas partes del mundo, para girar en su circuito y disfrutar de las “Joya” que allí se exhiben, desde autos, motores, cascos y demás reliquias, que son un tesoro para cualquier fanático.
En esta oportunidad tuvieron la fantástica visita de 17 Ferrari quienes pertenecen al Ferrari Club Chile, quienes además recorren las rutas argentinas.
Los participantes fueron sorprendidos con la presencia de Oreste Berta, quien llegó acompañado por su esposa Liliana. A los 84 años, el famoso preparador del automovilismo argentino es poco afecto a los eventos.
Hace dos semanas, rechazó de manera amable la invitación para participar del homenaje que se hizo en Autoclásica, donde se exhibieron por primera vez los autos más importantes de su trayectoria deportiva. De hecho, durante todo el fin de semana Berta tuvo un avión privado a su disposición por si cambiaba de opinión y decidía volar hasta el Hipódromo de San Isidro, pero prefirió quedarse en su casa.
El “Mago” se acercó a saludar a los participantes de la caravana, a quienes obsequió con una anécdota en Maranello. Alejandro Pisarz, uno de los participantes de la caravana reconstruyó el relato.
«Cuando viajamos a Europa con Fangio, en ese periplo donde surgió la idea de participar las 84 Horas de Nürburgring, quise ir a Ferrari. Aunque Fangio estaba peleado con Enzo Ferrari, esto no implicaba un problema para él. Tenía un ingeniero muy amigo trabajando ahí dentro. De manera que Fangio me guió hasta el Ristorante Cavallino, frente a la fábrica, y se comunicó con su amigo, que vino a buscarme. Él se quedó tomando un café.
«Con su amigo recorrimos la fábrica de Ferrari y, en cierto momento, pasamos delante de una gran ventana. Me llamó la atención ver cómo un par de personas la atravesaban agachándose, como para evitar ser vistos al cruzarla. Por curiosidad, pregunté quién trabajaba en esa oficina y me respondió: ‘Il Commendatore’. Resulta que el viejo Ferrari, cuando veía a alguien sin hacer nada, no lo dejaba en paz.
«Fue entonces cuando, para mi sorpresa, salió Don Enzo. Le preguntó a mi acompañante quién era yo y le dijo: ‘Un argentino, amigo de Fangio’ Ferrari entonces me preguntó por Juan, le conté que me estaba esperando tomando un café en frente y Ferrari se puso contento con la noticia. Dijo que quería saludarlo, así que cruzamos, conversaron bastante,
afortunadamente fue el disparador del reencuentro después de tantos años de estar distanciados.
«Don Enzo estaba de lo más alegre y nos invitó a conocer su último auto. Por suerte, no se trataba del Fiat 600 que manejaba a diario. Era la nueva Ferrari 275 GTB, y me llamó bastante la atención que no calzara las clásicas cubiertas italianas Pirelli, sino que tenía puestas las francesas Michelin. Con mi genio, no podía guardarme una pregunta como esa, y Ferrari me habló maravillas de ellas, al mismo tiempo que me invitó a llevarme en el auto para que las probara. Cuando miré a Juan, me hacía señas por lo bajo con el índice para que no aceptara, pero otra vez no resistí la tentación de tamaño convite y contesté gustoso que sí.
«Me senté a su lado e hicimos un recorrido de locos por los angostos caminos de los alrededores, entre los viñedos de Módena. La escena era de lo más graciosa: Enzo Ferrari aceleraba rabiosamente su bólido, al mismo tiempo que mantenía pulsada la estridente bocina con la que les avisaba a los transeúntes que era él quien venía manejando. Lo hacía rápidamente, para demostrarme el excelente comportamiento de los neumáticos Michelin. Con esos bocinazos alcanzaba para alertar a los vecinos: el que venía manejando a fondo era Enzo Ferrari».
Fuente: Motor1
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