Cultura

Murió Mariano Mores, el país llora su último tango

En la madrugada de ayer, falleció el pianista y compositor Mariano Mores. Tenía 98 años.

También estará en el recuerdo de mucha gente. ¿Quién no ha silbado alguna vez al menos un par de versos del tango «Uno» o «En esta tarde gris»?

Mariano Mores siempre supo que una música llega y se queda definitivamente en la mente y el alma de la gente cuando se la escucha silbada en la calle. Porque, sin intenciones de ofender a muchos de los fans que siguieron sus shows durante décadas, hay que reconocer que el compositor llegó a ser más talentoso que el intérprete.

«Cuartito azul», «Gricel», «Taquito militar», «En esta tarde gris», «Cristal», «Una lágrima tuya», «El firulete», «Tanguera», «Sin palabras», «Adiós pampa mía» y los más grandes éxitos: «Uno» y «Cafetín de Buenos Aires», en dupla con Discépolo fueron algunos de sus muchísimos éxitos.

Este gran compositor y melodista nació como Mariano Martínez, en el barrio de San Telmo, el 18 de febrero de 1918. Cuando era apenas Marianito, sus padres lo mandaron a estudiar piano, pero su maestro de entonces lo desalentó. En sucesivos traslados de su familia insistió con el piano y, a instancias de su padre, comenzó con las actuaciones en vivo. Primero con aquello de «compositor relámpago», especie de prodigio al que se le dictaban tres o cuatro notas y con ellas armaba un tema al instante; luego, como pianista de bares, y más tarde, con el dúo de las hermanas Mirna y Margot Mores. De ese trío de dos voces y un piano que duró apenas unos años se llevó una esposa (Mirna) y el apellido con el que tiempo después se hizo famoso.

La década de oro del tango, la del 40, lo tuvo como uno de sus protagonistas. En aquel tiempo no tenía su propia orquesta porque integraba la formación de Francisco Canaro, pero su nombre quedó impreso en esa década gracias a sus composiciones.

El lugar que ocupó estaba dentro del mundillo tanguero, pero alejado de ciertos ámbitos. No fue compañero de trasnochadas de otros referentes del género. Quizá no tuvo esa alma de bohemio de algunos colegas. Pero más de una vez confesó su admiración por algunos, como Osvaldo Fresedo, y tuvo como padrino artístico a Francisco Canaro.

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