A su corta edad de 25 años, Edgar Díaz era encontrado culpable de «homicidio criminis cause» y la Justicia le imponía la pena máxima: 25 años de cárcel. «Pinguchi», como lo llamaban, fue signado como el asesino del padre Luis Cortés (año 2015), y desde entonces su situación era una bomba de tiempo.
Con varios intentos de suicidio en prisión y escasas visitas, Edgar jamás dejó de sostener su inocencia y, para muchos, fue un verdadero «perejil». Víctima de un sistema que ya lo había condenado antes de que llegara al banquillo de los acusados y al que poco le importó cerrar la causa para siempre.
«Yo no maté al cura, fue mi papá», fueron las tajantes palabras de un rendido Pinguchi Díaz ante el tribunal aquel 2015, cuando la Cámara 11 del Crimen de la ciudad de Córdoba, decidía su destino. Un careo entre padre e hijo pocas veces visto y del que hubo un sinfín de opiniones. ¿Quién era el Gringo Díaz?, ¿Por qué su hijo lo incriminaba de esa manera?.
Las intensas audiencias dejaron varios sinsabores. Mientras la querella insistía en la culpabilidad de Pinguchi, el defensor pregonaba por la posibilidad de sumar testimonios claves. Pedidos que nunca fueron escuchados y que, para muchos, podían cambiar rotundamente el caso.
Pinguchi tenía antecedentes por delitos menores. Él había crecido en el seno de una familia disfuncional en la que delinquir parecía ser «la única opción». No había tenido muchas posibilidades y, si bien nada justicia el atroz crimen que le atribuyó la Justicia- seguramente fue consecuencia directa de esa vida cargada de desprotección y vulnerabilidad.
Los justicieros seriales dirán «uno menos» y hasta frases como «quien mal anda, mal acaba». Asimismo, la repentina partida del hijo del Gringo Díaz deja dudas eternas. Culpable o inocente, su muerte no tiene remedio.
Sus últimos posteos
A través de una cuenta de Facebook, Pinguchi Díaz había evidenciado cuál era su estado de ánimo. Refería a una pareja con quién no había vuelto a comunicarse: «Me prometiste que no ibas a dejarme solo».
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