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1° de Mayo: la movilización que marcó el inicio de las conquistas obreras

Entre fines del Siglo XVIII y comienzos del Siglo XIX, se produjo en Inglaterra la llamada “Revolución Industrial”, que significó, entre otras cosas, el reemplazo de la economía basada en la agricultura y el comercio, por la industria, es decir, por la producción en masa.

 

Desde entonces, los campesinos comenzaron a migrar hacia los centros urbanos en busca trabajo, ya que las fábricas se instalaron en las ciudades. Así, la mano de obra comenzó a exceder la demanda, y la consecuencia fue el empeoramiento de los salarios y las condiciones de trabajo. 

Sea cual fuere su sexo o edad, prestaban tareas entre doce y catorce horas diarias, en pésimas condiciones de salubridad, percibiendo salarios ínfimos, sin gozar de vacaciones u otras licencias, aguinaldos o cobertura de salud. 

La llamada “burguesía industrial” estaba conformada por los dueños de las fábricas, quienes contrataban incluso a niños y niñas desde los siete años de edad, en busca de abaratar sus costos de producción.  

A estas desigualdades y privilegios de la clase burguesa por sobre la clase trabajadora, se la llamó “la Cuestión Social”, y exigía la pronta intervención del Estado para paliar la explotación, pobreza e insalubridad sufrida por la clase obrera. 

Existía una gran carencia, generada por estos abusos a la clase trabajadora, no sólo en el aspecto material, sino también en el plano espiritual.  

Estas desigualdades provocaron fuertes protestas, una de las cuales tuvo su epicentro en Chicago, Estados Unidos, el 1º de mayo de 1.886.  

Chicago tenía por entonces una gran actividad industrial, a la vez que los sindicatos crecían y se hacían más fuertes a nivel nacional, y local.  

A esta huelga general del primero de mayo de 1.886, se habían plegado miles de trabajadores y trabajadoras, y los días subsiguientes continuaron las movilizaciones multitudinarias por las calles de aquella ciudad. 

La policía, por orden del gobierno, reprimió brutalmente con disparos contra los manifestantes, resultando decenas de heridos y seis víctimas fatales. 

Estos trabajadores reclamaban, entre otras reivindicaciones, la reducción de la jornada laboral bajo la consigna “8 horas para descansar, 8 horas para la familia, y 8 horas para trabajar”. 

Los manifestantes volvieron a marchar, y cuando llegaron al destino elegido en donde los dirigentes sindicales darían un discurso, autores desconocidos arrojaron una bomba que provocó la muerte de siete policías, y heridas a otros agentes de las fuerzas de seguridad que se encontraban en el lugar. 

Como respuesta, un grupo de trabajadores, casi todos representantes de los principales sindicatos, fueron sometidos a un proceso judicial plagado de irregularidades. Todos fueron condenados, y se le aplicaron, en un caso, quince años de trabajos forzados, en otros dos casos, cadena perpetua, y a otros cinco se les impuso la pena de muerte en la horca. 

No sorprendió –como no sorprenden hoy algunas condenas- el resultado de aquel juicio. También en ese entonces existía una prensa cooptada por los intereses empresarios, que instaló en la opinión pública la certeza de la culpabilidad de aquellos trabajadores.  

Similar o mayor responsabilidad tuvo el Poder Judicial, representado por el juez Gary, quien sin mayores pruebas, y sin respetar el derecho de defensa de los acusados (como se demostró posteriormente), imprimió tan duras condenas, con el fin de disciplinar a la clase obrera y sindical.  

A estos obreros injustamente condenados se los llamó “los mártires de Chicago”, y a consecuencia de ello, el 1º de Mayo –día de la protesta inicial de estos trabajadores- fue declarado como el Día Internacional del Trabajador, en 1.889. 

Las luchas obreras continuaron, y aún hoy los trabajadores canalizan sus protestas a través de los sindicatos, logrando así contar con mayor poder de negociación frente al empresariado.   

La clase trabajadora aporta su fuerza de trabajo a las relaciones laborales, en tanto la clase empresaria aporta -a la vez que acumula- capital. Existe entonces una histórica disputa entre las personas que trabajan y quieren ver respetada su dignidad, lo que implica el reconocimiento de derechos humanos fundamentales, y el poder económico que busca incrementar sus ganancias, aún a costa de disminuir e incluso suprimir estos derechos. 

Pero el 1º de Mayo no sólo significó la lucha por la reducción de la jornada. También, a raíz de las protestas obreras sindicalizadas, y en general cuando hubo gobiernos que escucharon estos justos reclamos, se logró el aumento de salarios, las vacaciones pagas, el aguinaldo, entre otras reivindicaciones que hoy forman parte de los Derechos Humanos Laborales. 

En lo que respecta al Poder Judicial, éste siempre ha tenido un papel relevante en la disputa por los derechos laborales, ya sea a través del reconocimiento y protección de los derechos de trabajadoras y trabajadores, ya sea criminalizando a quienes reclaman por sus derechos. 

Con frecuencia escuchamos la expresión “lawfare”. La misma hace referencia a la utilización incorrecta de los instrumentos legales para disputar el poder, siendo  el Poder Judicial un actor fundamental en esa disputa. Los principales perjudicados, nuevamente, son los trabajadores y las trabajadoras. 

La conmemoración del 1° de Mayo, a la luz de las multitudinarias movilizaciones obreras acaecidas, es propicia para analizar aspectos sustanciales tanto del ámbito laboral como del sindicalismo en particular, el que debe ser  considerado un sujeto fundamental para la defensa de los derechos conquistados. 

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