Ángela de Apodaca era «Angelita», la enfermera con mayor trayectoria en la ciudad de Alta Gracia, la que a todos los nacidos en Alta Gracia, nos puso alguna vacuna durante nuestra niñez.
Comenzó a estudiar a los 30 años cuando llegaron a la ciudad los primeros cursos de auxiliar del Hospital Illia. Empezó a trabajar en 1975 y desde entonces no paró hasta pocos meses antes de su muerte, en octubre del 2012. Dio 37 años de servicio ininterrumpido de su vida a la comunidad y sobre todo a los niños. Llegó a trabajar 16 horas diarias. Durante su carrera atravesó diferentes momentos de la historia del país.
Trabajó tanto en el ámbito público como en el privado, entre el Sanatorio y la Salud Pública y sus últimos años, tras jubilarse en lo público, trabajó en el Centro Materno.
Con respecto a su definición del trabajo de enfermera, supo decir en una entrevista para la Revista de Canal 2: «Lo definiría como algo muy especial porque a uno le duele todo lo del paciente. Te cuenta cosas y lo tenés que escuchar y tratar de resolverle el problema. Te tiene que gustar tratar con el enfermo, no sólo se trata de curarlo». «Hay que tener vocación» agregó.
Angelita trabajó durante un periodo en el internado del sanatorio, entre las 22 y las 6 de la mañana. Luego se iba al Dispensario hasta las 14 horas: «Tenía las horas contadas para dormir y estar con mis hijos. Cuando tuve que renunciar al Sanatorio porque mi familia me dijo que no podía tener dos trabajos, me costó un año dejarlo. Cuando fui al Correo a llevar mi renuncia, salí llorando. Me costó mucho porque me gustaba mucho estar con el internado, acompañarlo. Hay muchas veces que el paciente está solo y la única que está con ellos sos vos. Extrañaba a mis compañeras, a los médicos y aunque había renunciado iba todos los días para algo».
Sobre las experiencias satisfactorias, relató: «Así como me pasaron cosas tristes, he tenido muchas alegrías. Lo que me gustaba mucho era atender los partos. Una vez nos tocó uno en el que se había cortado la luz, no tuvimos tiempo de llevar a la paciente a la sala de partos y tuvimos que atender a la paciente en la habitación, alumbrados con linternas. Después de que nació el niño, volvió la luz».

«También tuve experiencias tristes, al principio lloraba al lado de la familia de los pacientes, después te vas acostumbrando a ver nacimientos y a ver la muerte, no es que uno no tenga sentimientos».
Con respecto a sus anécdotas en los vacunatorios, contó: «Son terribles las cosas que me dicen los chicos, cosas irreproducibles. Los niños chiquitos solamente lloran, pero los de seis años que ya aprendieron a hablar…A mi me causa gracia, las madres se enojan, pero les digo que no los reten porque los chicos se sienten agredidos por la vacuna. Algunos te patean, he tenido hematomas por eso. Algunos se esconden bajo la camilla y las mamás los tironean, hay que tenerles paciencia».
Su nieta, Marcela Villarreal, contó a RESUMEN que si estuviera viva, enviaría audios explicando a sus pacientes qué hacer, emoticones de abrazos y besos y haría transferencias bancarias -porque muchas veces sacaba de su bolsillo para ayudar-, demostrando la dedicación que tenía «Angelita» con sus atendidos.
Su familia estaba conformada por su marido, Mario Apodaca, sus seis hijos: Stella, Mónica, Laura, Mario, María José y Martín. Tuvo doce nietos y seis bisnietos.
Se jubiló el 5 de diciembre del 2003 pero siguió trabajando hasta el 2012 en el Centro Materno.
Falleció a los 64 años, un 12 de octubre de 2012 debido a un cáncer que comenzó en los pulmones y luego le hizo metástasis en la cabeza.
Este martes 28 de junio, la Municipalidad de Alta Gracia, decidió hacerle un homenaje, poniendo su nombre a la Salita de Vacunación dentro del Dispensario n°1 de Villa Oviedo.
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