Sociedad

Las familias de tránsito, un ejemplo de vida

Alenka y Miguel son las cabezas de una familia muy particular. Desde 2005 y hasta hace muy poco formaron parte del grupo de familias de tránsito con las que cuentan los Juzgados de menores para criar a niños en situación de riesgo hasta que se resuelva su encuadre legal.
“Una vez escuché una entrevista que le hicieron por radio a Ruth, del Programa Nazareth y me gustó la idea. Anoté el número y lo guardé ¡durante 7 años!. Un día, estaba cocinando y de la nada me acordé; no sé por qué, y me dio por llamar. A los pocos días nos avisaron de una entrevista”, relata Alenka, contando cómo empezó todo.
Por la casa familiar han pasado diez niños de distintas edades, que se han quedado a convivir con ellos meses o incluso años. “La más grande tuvo 11 años y el más chiquito 1 mes y 24 días. Todos con problemas, por algo estaban judicializados. Hubo nenes en situación de calle, por agresión sexual, otra quitada por violencia familiar. Casi todos terminaron en adopción, salvo uno que volvió con la madre. A su vez aprendimos a no criticar ni a juzgar a los padres de los niños”, agrega Miguel.
¿Como se eligen las familias?
Tanto esta como las demás familias que intentan convertirse en familia sustituta deben pasar varios estudios socioeconómicos y psicológicos que son llevados adelante por equipos técnicos de la Senaf (Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia).
La realidad indica que los niños que son dispuestos a permancer en estas familias tienen, casi siempre, una realidad “complicada”: “Los nenes que retiramos de institutos salían con diagnóstico de síndrome hospitalario, depresivos. Una vez retiramos un nene que nos dijeron que padecía autismo y en realidad lo único que tenía era tristeza. A los pocos días de estar con nosotros caminaba, hablaba, jugaba. Solo le faltaba amor”, afirmó Miguel.
Tanto los padres, como los hermanos sustitutos tienen en claro que es “transitorio” y que se encuentran en ese lugar para ayudar al niño en su presente. Para el final, Alenka se reserva una experiencia que cataloga como “increíble”: “Con el paso del tiempo, me enteré de que el día que yo sentí esa inquietud de llamar para averiguar, coincidió con la fecha que una nena entró al hospital con un cuadro de desnutrición severísimo. La mamá la abandonó en el hospital, era celíaca. Mientras la niña avanzaba mejorando, nosotros avanzábamos en nuestra evaluación de la Senaf. Recorrimos un camino paralelo, sin saberlo. Un día nos llamaron y nuestras vidas se tocaron. Se llama Micaela y estuvo con nosotros dos años”, finaliza.

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