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Evita cumpliría 100 años

Evita le imprimió al justicialismo una impronta femenina e hizo del concepto de solidaridad social una política de Estado.

Pocas vidas fueron tan intensas en sólo 33 años. La vida de Eva Duarte marcó de manera definitiva el rumbo político de un país. Nada fue igual desde el 17 de octubre de 1945, cuando las masas obreras encontraron a un coronel del Ejército que los hizo protagonistas del quehacer nacional.

Únicamente el cáncer pudo detener a este vendaval que ni Juan Domingo Perón podía manejar. Evita era impulsiva, decidida, convencida, temperamental. Rompía los esquemas, de la misma manera que Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen lo hicieron a finales del siglo XIX.

No tenía problemas en decirles a sus adversarios lo que pensaba; en ocasiones, con palabras impropias de la tradición política argentina. Fue de esas personas que no tuvo tiempo biológico como para empañar su trayectoria, y por eso ni los más acérrimos enemigos de su causa pueden negarla.

La historia de los países necesita, cada tanto, de estos líderes, porque marcan rumbos, más allá de sus defectos y sus virtudes. Marcan senderos por los que hay que transitar; son un faro a los que hay que mirar, periódicamente, para no perderse. No porque sus ideas o métodos hayan sido, necesariamente, los más adecuados, sino por el nivel de su compromiso, la altura de sus convicciones y su inigualable adhesión a la causa de los que menos tienen, una causa que muchísimos integrantes de la clase política argentina han olvidado.

Si le debemos la república y el voto popular a la lucha del radicalismo, al peronismo le debemos haber incorporado a la clase obrera en los considerandos fundamentales de la Argentina moderna. Pues bien: el alma del peronismo era Evita. Y nació un 7 de mayo, hace 100 años.

Un día demasiado triste

Cuatro días registra la historia argentina en los que la tristeza popular inundó las calles del país, enmudeciendo las gargantas hasta lo impensado: 1° de julio de 1896, cuando se mató Alem; 3 de julio de 1933, cuando murió Yrigoyen; 26 de julio de 1952, cuando murió Evita, y 1° de julio de 1974, cuando falleció Perón.

De todas esas fechas, la que mayores multitudes movilizó fue la muerte de Evita, sin parangón en el país. Es que el amor de los humildes era tanto y tan profundo que hacía de aquella terrible noticia la peor posible.

Quien hoy sería una ancianita de 100 años fue el sostén y la energía vital de un presidente que cambió a partir de su viudez. Todos los historiadores coinciden en señalar que Perón no fue el mismo a partir de la muerte de su esposa; perdió el rumbo, su carácter cambió, sus reacciones cambiaron. El modo de enfrentar a sus adversarios cambió.

Evita le imprimió al movimiento justicialista una impronta femenina e hizo del concepto de solidaridad social una política de Estado, para lo cual se enfrentó con las señoras de la oligarquía tradicional, acostumbradas a manejar las sociedades de beneficencia y para nada predispuestas a relacionarse con personas como Eva Duarte, que, para colmo, era la esposa del presidente.

Indómita como pocos, la primera dama no dudaba en atacar desde sus discursos a esa oligarquía “vendepatria”, aliada eterna del imperialismo; y si tenía que discutir con su esposo, que había sido el protagonista de la gesta del 17 de octubre, cuando Evita todavía no había alcanzado la ascendencia que tuvo luego, no tenía problemas en hacerlo.

Si los radicales vuelven a Alem y los peronistas vuelven a Evita, haremos un país interesante, porque sabremos quién es quién. Estoy seguro.

Fuente
Opinión de La Voz
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