
“Si viajas en bici, Dios te ayuda. Si vas en bici y con un perro, Dios te pasa el whatsapp”, bromea Facundo de 32 años, que empezó a pedalear con Luna hasta que la meta lentamente se fue desdibujando. Ya no importa llegar a ningún lugar sino estar viajando. Viajar como estilo de vida, como forma de encontrarse consigo mismo.
El comienzo fue un poco accidentado y se remonta a dos años atrás. Él estaba en Brasil, Florianópolis, trabajando de guardavidas hasta que decidió volver a visitar a su familia a Buenos Aires. Cuando comienza a averiguar se da cuenta que la única aerolínea que permitía perros costaba una fortuna. “No sólo tenía que usar todo lo que había ahorrado en la temporada sino que también iba a tener que pedir plata prestada”, explica un poco indignado. En ese mismo momento, conoció a dos personas que venían viajando en bicicleta. “Viajar en bici está buenísimo. Te sale todo bien, la gente te ayuda un montón. Mirá, yo no voy a usar más este carro, si querés te lo dejo, lo pones en tu bici y llevas a Luna ahí”, lo arengaron estos nuevos amigos. Pero Facu dudaba: “En el primer momento me pareció una locura. Seguí buscando alternativas, gente que viniera en coche, por ejemplo pero nada. Estaba acostumbrado a usar la bici como medio de transporte local iba a estudiar, trabajar, visitar amigos. Y bueno, me animé y a partir de ese momento la bici se transformó en un transporte de larga distancia”.
Ahí comenzó el viaje de 1800km con su perrita, Luna. Por supuesto, lo lógico sería, para lanzarte a un viaje de semejante envergadura, tener la cuenta del banco con dinero, acciones en Wall Street y cuatro o cinco propiedades en Europa. O tal vez no. Facu es de esos que la pechan. Que si hay que pintar pinta, si hay que hacer malabares, los hace. “Trabajé de muchas cosas en la vida. Eso me dio herramientas. También estudié bastantes cosas porque me gusta todo. Mientras voy viajando voy haciendo lo que surge”. A los cuatro meses de comenzado el viaje, llegaron a Buenos Aires pero ya hacía rato que no importaba llegar. Todo estaba puesto en el camino y es así que siguieron pedaleando sin freno. Sin meta. “Cuando viajas sin tiempo, sin expectativa de llegar en algún momento a algún lugar, empezás a prestarle más atención a los mensajes que te da el cuerpo y los lugares. Si te sentís cansado, parás y descansas. Si tenés pilas, pedaleas”, cuenta. A Alta Gracia llegó porque en un desayuno con amigos en Oncativo le dijeron: “siempre que podemos nos vamos al Valle de Paravachasca que es increíble. Hay unos lugares que no se pueden creer”. “¿Por dónde pasa la ruta?”, preguntó. “Acá a tres cuadras”, le dijeron. Agarró la bici y se vinieron. Me moví un poco y acá en la ciudad voy a dar talleres de acroyoga el sábado en el Galpón Municipal a las 19hs. A la gorra”, cuenta y aprovecha para invitar a todos los vecinos.
Facu, “el chofer de Luna”, va visitando amigos y como quien no quiere, se transformó en un referente. Un referente de los que dijeron “sí, se puede” y se mandaron sin más que su coraje a un viaje cuya meta está en el interior. En esas rutas que no saben de distancias y que florecen a cada encuentro.
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