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“Si no te gusta, encerrate”: la Navidad que expuso el costado más cruel de los Alta Gracienses

Romina Zejdlik, referente de la Fundación por la Inclusión Plena detalló en la 88.9 porque este debate sobre pirotecnia es tan importante y como afecta realmente a todas las personas.

La Navidad volvió a encender una discusión que, lejos de apagarse, se vuelve cada año más áspera. En Alta Gracia, pese a la vigencia de una ordenanza que prohíbe la venta y el uso de pirotecnia desde 2015, la noche del 24 de diciembre estuvo marcada por una fuerte presencia de fuegos artificiales. El ruido no fue solo auditivo: también fue social, político y ético.

Lo llamativo no fue únicamente el incumplimiento de la norma, sino el tono del debate público que estalló después. En redes sociales, comentarios como “si no te gusta, mudate”, “quedate encerrado hasta que pase” o “medicate” dirigidos a personas con hipersensibilidad auditiva, familias con niños dentro del espectro autista y proteccionistas de animales, marcaron un punto de inflexión. Ya no se discute solo el ruido: se discute quién tiene derecho a habitar el espacio común.

En diálogo con la 88.9, Romina Zejdlik, referente de la Fundación por la Inclusión Plena, fue contundente:

“La postura que se ve hoy es profundamente egoísta. No es una cuestión de gustos. No es ‘me gusta o no me gusta’. Es dolor físico, crisis, autolesiones, aumento del cortisol en sangre. Es daño real”.

Los datos son claros y poco difundidos. Una persona sin hipersensibilidad puede tolerar sonidos de hasta 100 decibeles. Quienes presentan hipersensibilidad auditiva, frecuente en personas con autismo, toleran entre 60 y 70 decibeles. La pirotecnia alcanza entre 120 y 160 decibeles, e incluso más en algunos casos.

El resultado: crisis sensoriales, episodios de angustia extrema, autolesiones, miedo paralizante en animales, bebés y adultos mayores.
“Decir ‘son dos veces al año’ es minimizar el daño. No es molestia, es dolor”, remarcó Seslik.

Alta Gracia cuenta con una ordenanza clara. El problema no es la falta de normativa, sino la falta de control y de consecuencias reales. Para Seslik, la discusión ya superó la etapa de la concientización:

“Las campañas no alcanzan cuando hay gente que sabe que hace daño y lo hace igual. Somos hijos del rigor. Si no hay sanción, no hay límite”.

La propuesta que empieza a ganar fuerza es polémica, pero concreta: multas económicas elevadas para quienes usen o vendan pirotecnia. “No se va a detectar a todos, pero sí a algunos. Y eso genera efecto disuasorio”, explicó.

¿Alegría para quién?

Uno de los argumentos más repetidos es que prohibir la pirotecnia “le quita la alegría a los niños”. Pero la pregunta incómoda aparece sola:
¿qué infancia se está defendiendo cuando se naturaliza el sufrimiento ajeno?

“Los chicos aprenden lo que los adultos les enseñan. Esta generación creció con el mensaje de pirotecnia cero. El problema no son los niños, son los adultos que deciden transgredir la norma”, sostuvo Seslik.

El debate por la pirotecnia dejó al descubierto algo más profundo: una sociedad cada vez más individualista, donde el disfrute personal parece justificar cualquier daño colateral.
“Si avalamos que se ignore una norma porque ‘a mí me gusta’, ¿qué otras normas estamos enseñando a romper?”, se preguntó la referente.

Mientras tanto, desde la Fundación por la Inclusión Plena continúan trabajando en proyectos como espacios sensorialmente amigables en escuelas, talleres de habilidades sociales para adolescentes y jóvenes, y propuestas de formación que apunten a una inclusión real, no solo discursiva.

La pregunta queda flotando, incómoda y necesaria:
¿Hasta cuándo el ruido de unos pocos va a silenciar el derecho de otros a vivir sin dolor?

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