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Sin armas y con un rosario: la historia detrás del Monumento a los Héroes caídos en Malvinas

La cuenta el Veterano Gustavo Díaz: "Cuando volví de la Guerra de Malvinas, había visto en un libro, uno de los primeros, una imagen que representa una escena que yo había vivido: la muerte del cabo Wuadrik, de Río Cuarto. El chico había resultado herido con una mina antitanque; yo lo auxilié, pero ya estaba desangrado. Lo llevaron hasta las enfermerías muy precarias y allí falleció"

Hace poco más de once años atrás, se inauguró, en el que ahora se llama bulevar Alfonsín, el Monumento a los Héroes caídos en Malvinas. Un lugar simbólico para todos los argentinos y los altagracienses, pero además un lugar emotivo, de memoria y consuelo para los vecinos de nuestra región, sus familiares y amigos, que de una forma u otra vivieron esa guerra del 1982, que tanto marcó nuestra historia.

Como a menudo pasa, detrás de esos monumentos que apelan a una memoria casi universal, hay pequeñas grandes historias; de quienes los plasmaron con sus manos, de quienes pelearon para que se pudiera realizar y de todos aquellos que ayudaron. Hace un año atrás tomó estado público un hecho que involucra al autor del monumento, el veterano y escultor Gustavo Díaz: desde el Congreso de la Nación se le pidió una réplica para la exposición en la Capital Federal. Un orgullo, sin duda, para él, sus compañeros, y hasta para nosotros, que pasamos por ese gran monumento a diario.

RESUMEN se acercó en ese momento a dialogar con Díaz para conocer todo, o casi todo, acerca de esos dos soldados plasmados en la ciudad, sin armas y con mucha dignidad. Reportamos, en ocasión del 2 de abril, la entrevista al escultor.

Gustavo, ¿cómo nace ese monumento, y cómo te involucraste?
La escultura se inaugura en 2007 después de muchos reclamos de parte de Veteranos por la otra, que se ubica en la avenida Malvinas Argentinas, que es La Gaviota. Entendíamos el momento político, porque en aquel entonces, año 1985 ó ´86, era difícil hablar de los militares y más representarlos. No tenía que figurar nada, porque el Ejército era una mala palabra. Además había un proceso de desmalvinización profunda, de no querer reconocer esa guerra. A raíz de todos esos reclamos me hablan unos veteranos.

Entonces lograron gestionar esta ubicación…
Claro, porque además buscamos proyectar una escultura de importancia y en un lugar donde fuera más visible y más alusiva.

Hay una foto, famosa, detrás de esta imagen….
Sí, la foto de Eduardo Rotondo. Cuando volví de la Guerra de Malvinas, había visto en un libro, uno de los primeros, una imagen que representa una escena que yo había vivido: la muerte del cabo Wuadrik, de Río Cuarto. El chico había resultado herido con una mina antitanque; yo lo auxilié, pero ya estaba desangrado. Lo llevaron hasta las enfermerías muy precarias y allí falleció. Esa foto, para mí, representó ese momento y me llevó de nuevo a Malvinas. Un tiempo después hice una pequeña versión en arcilla.

¿Ya te dedicabas a la escultura desde chico?
Mas o menos. Mi papá trabajaba en la fábrica militar de aviones, era técnico especializado. Con mi hermano vimos un modelito que había hecho él, y nos pusimos a hacer maquetitas para vender. Tenía doce o trece años. Y de allí nos empezaron a comprar las fuerzas áreas de todo el país, y hay muchas que fueron al exterior, Estados Unidos, España, Francia, Mauritania. Pero la parte escultura surge después, cuando a mi mujer, que hacía un curso de cerámica, le piden una careta. Hice un rostro de un boceto de Da Vinci y la directora me habló y me convenció de que hiciera cursos. Así empecé, con cosas chicas y años más tarde.

Volvamos a estos dos hombres, sin armas y con un rosario, algo muy personal para vos…
El monumento es para los 649 caídos, pero yo, interiormente se lo dedicaba a Juan Wuadrik y al suboficial Palomino (que aún vive), de Tucumán, que siempre nos decía: “Me han dado un jardín de infantes y yo debo traerlo de nuevo”. Nos enseñó todo, nos ayudaba, nos tenía activos y defendía a sus soldados. Los ochenta y seis volvimos todos, solo falleció Wuadrik, que era un cabo.

Una obra que viene de adentro, más allá de la foto…
Sí, me ayudó a cerrar muchas cosas. Me sentí con un gran sentimiento de culpa por la muerte del cabo Wuadrik. Cuando se inauguró, vino Palomino, conversamos acerca de ese hecho, de la precariedad de nuestras condiciones allá, y dejé de revivirlas. Muchos veteranos de otras ciudades siempre me dicen que se siente lo humano. Además no tiene armas, pero sí un rosario, porque todas las noches rezábamos y esa era nuestra protección, más que los armamientos.

¿La hiciste solo?
No, se hizo con todos los compañeros, los veteranos, sus familias, que me ayudaron en todo el proceso. Había un registro de todos esos avances, un álbum de fotos impresas. Pero alguien se lo robó.

Y ahora hay una réplica en el Congreso de la Nación.
A través de Julio Incardona (reconocido escultor de nuestra ciudad), que comentó de mi escultura a un grupo de Veteranos que trabajan en el Congreso de la Nación. Me avisó que me querían conocer y quería una réplica para que se exponga ahí. Hice la réplica, ya la llevamos, y quedó en la Biblioteca del Congreso. Y allí, los veteranos me pusieron en contacto con el fotógrafo, Eduardo Rotondo un hombre muy comprometido con lo que es la Guerra de Malvinas y hacia nosotros. Un orgullo y una emoción para mí que me reconociera el trabajo.

Pasan muchas cosas frente a este monumento, un lugar muy respetado…
Sí, nadie nunca lo dañó o lo pintó. Cuando se inauguró alguien puso una flores de plástico en una maceta, y estuvieron allí meses, sin que nadie osara tocarlas. Además, y eso es algo muy importante para mí, todos los años venían los padres de Wuadrik a visitar el monumento, como si fuese la tumba de su hijo. La acariciaban, se quedaban un rato y nos donaron la Virgen que está emplazada cerca del monumento.

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